
Rick y Dick Hoyt fueron un dúo de padre e hijo que compitió en más de 1,000 carreras juntos a lo largo de cuarenta años. Rick nació con parálisis cerebral y fue cuadripléjico toda su vida, pudiendo comunicarse solo por medio de una computadora especial. Cuando era joven le dijo a su padre que quería correr para ayudar a un amigo discapacitado. Así comenzó el recorrido que inspiró a miles de personas. Dick desarrolló un asiento especial para que su hijo pudiera ir en cada carrera. El padre empujó a su hijo hacia la victoria para hacerlo sentir libre de su discapacidad. Un ejemplo asombroso de dedicación, resiliencia y del vínculo inquebrantable entre padre e hijo, el Equipo Hoyt abrió camino para que otros corredores discapacitados tuvieran el valor de competir (https://teamhoyt.com/about-us).
Esta historia real nos lleva a una realidad paralela en la vida cristiana: Dios el Padre nos impulsa, a nosotros, rebeldes pecadores, impotentes y sin esperanza, hasta la línea final del cielo. Dependemos completamente de Él para soportar las dificultades de la vida. Nuestro Señor y Salvador nos salvó por su gracia para llevarnos a una relación correcta con el Dios trino. Él va detrás de nosotros, delante de nosotros, dentro de nosotros y a nuestro lado con el fin de llevarnos a casa a la gloria. El cielo espera a los santos fieles que perseveran hasta el fin. Y es el regreso de Cristo lo que motiva cómo vivimos aquí y ahora.
El apóstol Pedro anima a los santos que sufren con este fin en 1 Pedro 4:7-11. Les dice que mantengan la línea de meta en mente. Escribe: “El fin de todas las cosas se acerca” y continúa con una serie de mandamientos. Deben ser prudentes, estar sobrios, amarse unos a otros profundamente, mostrar hospitalidad, servir a los creyentes con amor, usar sus dones para edificar la iglesia, hablar la verdad de Dios y servir con la fuerza de Dios (vv. 7-11). Todos estos mandamientos deben hacerse para la gloria de Dios por medio de Jesucristo (v. 11). Hay una hermosa joya escondida en este pasaje que lo llena de vida. Nosotros, como creyentes, somos “administradores de la multiforme gracia de Dios” (v. 10). La gracia de Dios es un diamante resplandeciente en el cofre del tesoro de la obra redentora de Dios. Su gracia es multifacética e inagotable en esplendor. Él es el Dios de gracia que reparte gracia a sus hijos amados. Además, gracias a Cristo pertenecemos a Dios el Padre y estamos llenos del Espíritu Santo. Así como Dick Hoyt impulsó a su hijo hacia la victoria, nuestro Padre celestial nos impulsa hacia la línea final de la eternidad. Hasta el regreso de nuestro Salvador, lo aguardamos con grande expectación. Debemos vivir vidas santas para darle gran gozo. Librados de su juicio, cada creyente debe vivir con enorme gratitud y humilde devoción como administradores de la asombrosa gracia de Dios.
Preguntas de Aplicación:
- ¿Cómo puedes animar a tus hermanos en la fe a vivir para Jesús, esperando su regreso inminente?
- ¿Qué áreas de tu vida necesitan cambiar para dar gozo a tu Salvador y escuchar las palabras: “Bien hecho, siervo bueno y fiel… Entra en el gozo de tu señor” (Mat. 25:21)?

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