La semana pasada vimos cómo podemos honrar a Cristo en nuestro sufrimiento. Podemos ser un testimonio al responder al sufrimiento de una manera diferente a la del mundo. El problema, sin embargo, es que normalmente seguimos la línea del mundo. Cuando lidiamos con el sufrimiento, nuestra respuesta usualmente no es: “Puedo usar esta dificultad en mi vida para dirigir a alguien hacia mi esperanza en Cristo”. Más bien, nuestra respuesta es algo así: “¿Por qué me está pasando esto? Dios, ¿por qué enviarías este problema a mi vida?” No es que la Escritura no hable de las realidades de la vida cristiana. En este mismo libro, 1 Pedro, una y otra vez surge el tema del sufrimiento.

Creo que parte de la razón por la cual respondemos como lo hace el mundo es porque hemos perdido de vista la esperanza que tenemos como cristianos. Llega una prueba a nuestra vida y nos sentimos derrotados. Sin embargo, el evangelio nos recuerda que nuestra esperanza no es una esperanza falsa. Nuestra esperanza es una esperanza viva. Y todo esto es gracias a Jesucristo, porque Él “padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu” (3:18). Podemos tener victoria sobre nuestro sufrimiento porque Cristo tuvo victoria sobre la muerte.

Para tener esta victoria, debemos responder de manera apropiada. Los de los días de Noé oyeron la proclamación de Cristo a través de Noé, pero se negaron a obedecer, y solo la familia de Noé, que confió en el Señor, fue salvada (3:19–20). Así también sucede con el bautismo. Quienes responden arrepintiéndose de sus pecados y poniendo su fe en Jesucristo como Señor y Salvador serán salvos y serán bautizados como un acto de obediencia que representa un cambio interno. La base de tal acto es la resurrección de Jesucristo (3:21).

Ahora, como aquellos que han confesado sus pecados y confiado en Cristo, el llamado es a responder de una manera distinta. Ya no viven en pecado como antes ni viven para sus pasiones humanas. En cambio, viven para la voluntad de Dios (4:2). Si los creyentes viven su sufrimiento de esta manera, los incrédulos lo notarán y se sorprenderán de que no se entreguen al pecado que ellos disfrutan (4:3–4). Esto no significa que ellos te alabarán por ello. No, muy bien podrían burlarse de ti. En tal caso, presta atención a las palabras de Jesús: “Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno” (Mateo 10:28).

Todos tendrán que rendir cuentas a Dios por sus vidas. Aquellos que te burlan y rechazan a Dios enfrentarán la ira eterna de Dios por su rebelión y pecado. Los que oyeron el evangelio predicado y murieron sin confiar en Cristo enfrentan este juicio y muerte, mientras que los creyentes que han muerto físicamente vivirán en el espíritu y pasarán la eternidad con Cristo.

En pocas palabras, la única victoria sobre el sufrimiento que uno puede tener es por medio de Jesucristo. Él es quien vivió una vida sin pecado, murió en la cruz como sustituto de los pecadores —el justo muriendo por los injustos— y resucitó nuevamente para darnos la esperanza de salvación. Sin Cristo, no hay esperanza en el sufrimiento ni victoria sobre el sufrimiento. Con Cristo, hay esperanza y honor en el sufrimiento porque Cristo ha dado victoria sobre el sufrimiento. La pregunta permanece: ¿Confiarás en Cristo, quien resucitó victorioso sobre el sufrimiento por nuestros pecados, antes de que sea demasiado tarde?

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